lunes, 25 de junio de 2012

La cigarra y la hormiga

El invierno sería largo y frío. Nadie sabía mejor que la hormiga lo mucho que se había afanado durante todo el otoño, acarreando arena y trozos de ra-mitas de aquí y de allá. Había excavado dos dormitorios y una cocina flamantes, para que le sirvieran de casa y, desde luego, almacenado suficiente alimento para que le durase hasta la primavera. Era, probablemente, el trabajador más activo de los once hormigueros que constituían la vecindad. Se dedicaba aún con ahínco a esa tarea cuando, en las últimas horas de una tarde de otoño, una aterida cigarra, que parecía morirse de hambre, se acercó renqueando y pidió un bocado. Estaba tan flaca y débil que, desde hacía varios días, sólo podía dar saltos de un par de centímetros. La hormiga a duras penas logró oír su trémula voz. —¡Habla! —dijo la hormiga—. ¿No ves que estoy ocupada? Hoy sólo he trabajado quince horas y no tengo tiempo que perder. Escupió sobre sus patas delanteras, se las restregó y alzó un grano de trigo que pesaba el doble que ella. Luego, mientras la cigarra se recostaba débilmente contra una hoja seca, la hormiga se fue de prisa con su carga. Pero volvió en un abrir y cerrar de ojos. —¿Qué dijiste? —preguntó nuevamente, tirando de otra carga—. Habla más fuerte. —Dije que... ¡Dame cualquier cosa que te sobre! —rogó la cigarra—. Un bocado de trigo, un poquito de cebada. Me muero de hambre. Esta voz la hormiga cesó en su tarea y, descansando por un momento, se secó el sudor que le caía de la frente. —¿Qué hiciste durante todo el verano, mientras ye trabajaba? —preguntó. —Oh... No vayas a creer ni por un momento que estuve ociosa —dijo la cigarra, tosiendo—. Estuve cantando sin cesar. ¡Todos los días! La hormiga se lanzó como una flecha hacia otro grano de trigo y se lo cargó al hombro. —Conque cantaste todo el verano —repitió—. ¿Sabes qué puedes hacer? Los consumidos ojos de la cigarra se iluminaron. —No —dijo con aire esperanzado—. ¿Qué? —Por lo que a mí se refiere, puedes bailar todo el invierno —replicó la hormiga. Y se fue hacia el hormiguero más próximo..., a llevar otra carga. LA CIGARRA Y LA HORMIGA Cantando la cigarra pasó el verano entero, sin hacer provisiones allá para el invierno. Los fríos la obligaron a guardar el silencio y acogerse al abrigo de su estrecho aposento. Vióse desproveída del precioso sustento, sin moscas, sin gusanos, sin trigo y sin centeno. Habitaba la hormiga allí tabique en medio, y con mil expresiones de atención y respeto le dijo: "Doña Hormiga, pues que en vuestros graneros sobran las provisiones para vuestro alimento, prestad alguna cosa con que viva este invierno esta triste cigarra que, alegre en otro tiempo, nunca conoció el daño, nunca supo temerlo. No dudéis en prestarme, que fielmente prometo pagaros con ganancias, por el nombre que tengo." La codiciosa hormiga respondió con denuedo. ocultando a la espalda las llaves del granero: "¡Yo prestar lo que gano con un trabajo inmenso! Dime, pues, holgazana: ¿Que has hecho en el buen tiempo?" "Yo —dijo la cigarra—. A todo pasajero cantaba alegremente, sin cesar ni un momento. ¡Hola! ¿Con que cantabas cuando yo andaba al remo? ¡Pues ahora que yo como, baila, pese a tu cuerpo! Samaniego ETIQUETAS: FABULAS- ANIMACIÓN LECTURA

No hay comentarios:

Publicar un comentario